viernes, 3 de abril de 2009

SE PUBLICA UN VOLUMEN MONUMENTAL CON LA CORRESPONDENCIA ENTRE CELA Y LOS PRINCIPALES ESCRITORES DEL EXILIO ESPAÑOL

"El individuo no es jamás un plano sino un poliedro". Esto que parece un aforismo, en el fondo es un autorretrato, el de Camilo José Cela (1916-2002). La frase se la dijo el autor de La colmena al periodista de televisión Joaquín Soler Serrano y, en efecto, Cela fue un personaje poliédrico: el discreto escritor que se estrenó con un libro de poemas y el estrellón mediático que recibía a los periodistas en la bañera; el castizo y el experimentador; el intimista y el abonado al escándalo y el taco fácil; el académico de la lengua y el torero que fracasó en cosos "del grupo 3º C: plazas abiertas y sin enfermería". Al Cela próximo al régimen franquista se le superponía el que sufría la censura de ese mismo régimen; al que sudaba cada página, el que parecía saber desde el principio que su meta era el premio Nobel de literatura que iba a llegarle en 1989.

Uno de esos muchos Cela es el que en otoño de 1955 se instala en la calle Bosque de Palma de Mallorca, en el barrio de Son Armadans. Allí iba a editarse -entre 1956 y 1979 y a lo largo de 276 números- una de las publicaciones clave de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX: Papeles de Son Armadans. El propio Cela la define como "la primera revista liberal de la posguerra" y, en una carta a Emilio Prados, como una "sosegada esquina de la historia de España en la que los españoles de buena voluntad podamos hablar, sin gritar, y entendernos y hacernos entender".

Como la Guerra Civil había mandado al exilio a buena parte de esos "españoles de buena voluntad", Cela decidió contar con ellos para su revista. Fruto de aquella iniciativa conciliadora fue un largo intercambio epistolar que se recoge ahora en el volumen Correspondencia con el exilio, que Destino pondrá a la venta el próximo día 24. El libro, con un 80% de material inédito y un brillante prólogo del novelista Eduardo Chamorro, reúne 839 cartas escritas por 13 autores entre 1935 y 1988, cuya edición ha corrido a cargo de Jordi Amat.

Como cuenta Amat desde Barcelona, el caso de Cela es único. No sólo guardaba hasta los telegramas que dictaba por teléfono, sino que conservaba todas las misivas que recibía y copia de las que enviaba: "Es raro que un escritor tenga íntegra en su casa su correspondencia cruzada". Es la que se publica ahora con excepción de las cartas de Max Aub, cuya reproducción no ha sido autorizada por sus herederos.

Con todo, el conjunto es un filón que, según Amat, rompe muchos clichés sobre la relación de los exiliados con España y sobre el propio autor de La familia de Pascual Duarte. "Papeles es su gran ejercicio de compromiso cívico con la cultura española", dice Jordi Amat. "De los muchos celas posibles, el más digno es el de estas cartas". José Manuel Caballero Bonald, primero secretario y luego subdirector de Papeles de Son Armadans, comparte esa opinión: "Cela era un especialista en Cela, una persona muy atrabiliaria y difícil de trato, pero también era muy generoso. Yo le propuse contar con los exiliados -la España peregrina, como se decía entonces- y él acogió la idea con entusiasmo".

Como recuerda Amat, junto a la de Dionisio Ridruejo, la correspondencia de Cela -90.000 cartas conservadas en su fundación de Iria Flavia (A Coruña)- es la más importante para conocer la cultura española de la posguerra. Su relación epistolar con los escritores exiliados es, pues, un capítulo decisivo que, además, muestra al Cela más cercano. También al más diplomático. Una de las frases que más se repite en estas casi 900 páginas, dicha a no menos de media docena de destinatarios, es: "En mi revista manda usted".

María Zambrano.

Su amistad con Cela es anterior a la Guerra Civil y suya es la carta que abre el volumen, fechada en 1935. Su intercambio epistolar con la pensadora es el de mayor intensidad emocional. Cela empieza recordando los tiempos en que era un "adolescente delgadito" que la visitaba en su casa junto a Maruja Mallo y Miguel Hernández y termina felicitándole, en 1988, por el premio Cervantes. Por el camino, las dudas de ella sobre si volver a España -un sentimiento que la "mueve como a un péndulo de movimiento continuo"- y el desgarro por la muerte de su hermana Araceli en una clínica psiquiátrica de Ginebra: "Especializada como estoy en sufrir derrotas, ésta es la mayor de mi vida (...) No tengo palabra para esta soledad (...) Soy la mitad tan solo". Cela es con Zambrano exquisitamente cercano. "Soy hombre que rinde culto al recuerdo", le dice. A Emilio Prados le repite lo mismo pero de otra manera: "Soy una especie de gran puta de la amistad, que me entrego sin reservas y hasta el final".

Rafael Alberti.

Después de varios intentos en vano, Cela venció la "puñetera pereza andaluza" y, sobre todo, las reticencias del autor de Marinero en tierra a colaborar en una revista española con los planes del número homenaje a Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso y, sobre todo, con un proyecto que recorre toda la correspondencia de Cela con los exiliados: Los poetas del 27 vistos a distancia, una antología de la célebre generación que, pese a todo, nunca llevará a término. En 1958 Alberti envía desde Buenos Aires "los primeros poemas que por propia voluntad publico en España después de 20 años".

En 1965 Cela le propone publicar un Autoantología en Alfaguara, la editorial que acababa de fundar con sus hermanos. Cuando el poeta le pregunta por la posible censura, el novelista contesta: "Es cierto que en España hay censura pero no lo es menos que, con una lidia oportuna e inteligente, puede ser derrotada. En todo supuesto pienso que la batalla debe plantearse y, en su caso, usando la artillería gruesa". Caballero Bonald certifica que Cela usó varias veces esa artillería. Lo mismo que sus contactos con Fraga: "El censor de Palma, que como buen censor era un pobre hombre. Una vez se permitió tachar algo y Cela montó en cólera. El censor se achantó. Los contratiempos con la censura fueron pocos".

Américo Castro.

Sus 327 cartas -más de 300 páginas- son casi un libro dentro del libro. Las reticencias del historiador eran rocosas: "No acepto, ni colaboro con mi presencia, a nada que huela a comprensión (...) Desde hace 20 años no he escrito nada para ser publicado ahí; me gustaría poder cambiar esa línea antes de terminar mi vida, pero no veo signos de tolerancia ni de comprensión". Al final la propia revista de Cela fue uno de esos signos y entre él y Castro se forjó una amistad que incluía compartir periodos de vacaciones en Mallorca. Otro proyecto frustrado fue, de hecho, una edición del Quijote con prólogo de Castro, epílogo de Cela y edición de Martín de Riquer.

Con todo, el autor de El pensamiento de Cervantes hizo valer ante su amigo su edad y su magisterio. En 1964 abre con un "cada día me siento más ligado a usted" una serie de cartas demoledoras en la que afea al novelista la "pendiente peligrosa" por la que empiezan a caer sus libros: "Leí lo de las Izas [rabizas y calipoterras] y tuve la impresión de que se esta Ud. dañando su propia literatura (...) Los 'coños', las 'mierdas' y sus congéneres en sí no son nada". Cuando Cela se duele, respetuosamente, de lo que siente como incomprensión, Castro le dice: "No le he vapuleado a Ud., no es eso. Admiro su arte, creo como el Times de Londres que es Ud. el mejor escritor surgido después de la segunda 'destrucción de España' -así considero yo a la funesta Guerra Civil-".

El historiador se muestra irreductible también cuando Cela le pide que acuda a un coloquio promovido en Carcasona (Francia)por Eduardo Pons Prades. Para razonar su negativa, Castro escribe al propio Prades una larga carta que es toda una declaración de intenciones: "El porvenir de los españoles dependerá mucho más de su conducta diariamente prosaica, que de sus planes políticos (...) Llevo veinte años intentando convencer a unos cuantos de que lo que pasa es indisoluble de lo que ha pasado, y de la pertinacia en no darse cuenta de ello, de confesar en público los desatinos y atrocidades, y lanzarse con denuedo a obrar de modo diametralmente opuesto. El resultado es que no tengo trato con un solo emigrado en ambas Américas.

¿Cabe mayor éxito?"

Jorge Guillén.

La censura y las modas literarias de la posguerra produjeron en 1958 un curioso cruce de cartas entre Cela y el autor de Cántico. Al hablar de Lorca, Guillén habla de un término popularizado "para distinguir a quienes manotean y vociferan: 'tremendistas'. Tremendista no fue la generación en que descollaba un poeta trágico, el único grande entre nosotros desde Calderón. El 'duende' de Lorca nada tenía que ver con el tremendismo gesticulante". A vuelta de correo Cela le pide que elimine esas alusiones: "Piense, antes de decidir, que el feo y estúpido mote de tremendista es a mí -y bien me duele- a quien se lo han colgado los meapilas de la literatura y los comecirios de la crítica". Ajeno en Venecia a las polémicas intestinas, Guillén retira el párrafo sin mayor ceremonia. Lo mismo que sustituye "asesinato" por "muerte" al referirse a Lorca. "Que fue un asesinato es cosa que está fuera de toda posible duda", le escribe Cela. "Ahora bien, ¿somos nosotros, los que así pensamos, los que tenemos la sartén por el mango? Más bien no".

Emilio Prados.

"Si usted no quiere figurar, no hay antología", escribe Cela al contarle su proyecto de antología del 27 a Prados, con el que emplea pronto un tono más arrabalero que con el resto: "Mi querido y gran miserable", le llama en alguna ocasión. "Menos coquetería, coño", le dirá también cuando el poeta le enumere sus propósitos de futuro: Tirar la lira, comenzar el aprendizaje de un oficio lucrativo, solicitar el ingreso en algún partido político de cuota módica, establecer polémica una vez ingresado en él hasta lograr la expulsión, "joderse si lo incluyen a uno en alguna antología de intelectuales realistas o puros".

Luis Cernuda.

Si Cela rompió sus relaciones con Ramón J. Sender cuando éste relata en una entrevista una estancia en casa de Cela de un modo que el autor de Madera de boj considera "una falaz mentira", Luis Cernuda fue el que pidió al director de Papeles que no le enviase más la revista para protestar por una reseña que hirió su sensibilidad. Aun así, en 1959 le dio tiempo a publicar en ella uno de los ensayos más famosos de la literatura española moderna: Historial de un libro, un personal repaso a su poesía completa. Aunque Cela había tramitado con Seix Barral la publicación de un libro de ensayos de Cernuda, éste no dudó en escribir a un tercero hablando de Papeles de Son Armadans como el "papel higiénico" de su fundador.

Corpus Barga.

La correspondencia de Corpus con Cela es de las más breves, lo mismo que con Altolaguirre, León Felipe y Francisco Ayala, que le pide su apoyo para la candidatura de Borges al premio Nobel. No obstante, contiene una impagable reflexión del autor de Los pasos contados sobre la narrativa de la Guerra Civil. A la altura de 1961 expresa su deseo de leer las novelas sobre la contienda en forma de serie. ¿Su efecto deseable? "Alejar la guerra, como pasó en el siglo XIX con la guerra de la Independencia, parecía una guerra de otra edad, del tiempo de César (...) Los novelistas españoles de la última guerra española han llegado en avión".

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