domingo, 2 de noviembre de 2008

UNA EXPOSICION ACERCA AL VISITANTE AL ESPLENDOR ETRUSCO, UNA CIVILIZACION PREROMANA CON UNA FUERTE PRESENCIA EN EL ARTE FUNERARIO

Hace dos siglos, un afortunado golpe de arado sacó a la luz, literalmente, una civilización de la Europa antigua. El hallazgo de todo un tesoro en piezas de orfebrería enriqueció a Lucien Bonaparte, hermano del emperador francés y propietario de aquellas tierras. Gracias al azar, en la mejor tradición de la literatura fantástica, se recobró buena parte del bagaje cultural de un pueblo que habitó el territorio comprendido entre los ríos Arno y Tíber entre los siglos IX y III a. C., si bien, en su periodo de mayor auge, llegó a imponer su dominio e influencia sobre toda la península itálica. Posteriores excavaciones también revitalizaron el interés arqueológico por el legado de los tirrenos, tal y como los llamaban los griegos, o los 'tusci' para los vecinos latinos. Ellos se denominaban a sí mismos 'resenna', aunque son más conocidos hoy en día como etruscos.

La Fundación La Caixa ha inaugurado recientemente en su sede madrileña una exposición que documenta las manifestaciones artísticas y religiosas, el esplendor urbano y extraordinario refinamiento de aquella entidad política y cultural. Aunque todavía permanece rodeada por cierto aura de misterio, las investigaciones, continuadas hasta el momento presente, han contribuido a desvelar en buena medida tanto sus orígenes como algunas otras manifestaciones distintivas. La muerte es un enemigo de la memoria, pero en el caso de Etruria, su particular concepción del más allá ha constituido un excepcional instrumento para preservar y comprender su legado.

Una religión basada en la adivinación o el culto a la muerte, y que confiaba en la vida de ultratumba, necesariamente había de fomentar la habilitación de espacios que reproducían los habituales de la vida doméstica. Ellos se han convertido en el mejor exponente de su creación material. Al igual que ocurre con los egipcios y su esperanza de una vida eterna, la arquitectura funeraria reflejaba esa pretensión de perpetuidad.

Complejas ciudades

Tal y como señala Anna Mura Sommella, comisaria de la muestra, sus necrópolis primitivas evolucionaron hasta convertirse en complejas 'ciudades de los muertos', verdadera trasposición de las 'ciudades de los vivos' en las que se integraban perfectamente. Las similitudes no se limitaban al empleo de utillaje y ornamentación, sino que se extendían a los usos domésticos en una especie de proyección de sus bases económicas y culturales más allá de la vida terrenal.

Entre las 170 obras que componen 'Príncipes etruscos. Entre Oriente y Occidente' se encuentra alguno de los grandes sarcófagos hallados en las cámaras mortuorias y que constituyen el mejor paradigma del suntuoso modo de vida practicado por sus clases nobles.

Las figuras reclinadas que se situaban sobre aquellas piezas representaban a los destinatarios vestidos con las mejores galas y rodeados con el más rico ajuar, como una imagen de la proyección social alcanzada en vida.

El misterio etrusco se ha nutrido de diversas incógnitas, hoy en día siquiera parcialmente reveladas, en torno a su lengua y origen. Se ha discutido sobre su procedencia a lo largo de toda la Historia. Ya existía una tesis, elaborada por Herodoto, que preconizaba su origen en Asia Menor, enfrentada a la de Dionisio de Halicarnaso y difundida en tiempos de Augusto, que defendía su carácter autóctono.

Actualmente, se sostiene que su identidad se gestó entre el final de la Edad de Bronce y el principio de la Edad de Hierro en migraciones desde la actual Italia central hasta los emplazamientos sobre los que surgieron las ciudades de Veyes, Cerveteri o Tarquinia, algunas de sus principales urbes.

Rápido desarrollo

Los historiadores también sostienen que su rápido desarrollo y la evolución de las estructuras productivas y sociales responden a los contactos mercantiles con las colonias griegas instaladas en el sur de Italia y Sicilia.

Aunque no se ha conservado ninguna obra literaria, los restos epigráficos han permitido un acercamiento al idioma, otra de las incógnitas que alientan la leyenda. Según el texto de Maristella Pandolfini, existen indicios de orden léxico y morfológico que apuntan su carácter original no indoeuropeo, pero las aportaciones posteriores de las comunidades vecinas han permitido un positivo acercamiento.

A ese respecto, cabe destacar la existencia de una suerte de 'koiné' cultural entre griegos, latinos, itálicos y etruscos, que ha facilitado el estudio comparativo. Aunque ha resultado esclarecedor, sus conclusiones son limitadas ya que la mayoría de las inscripciones conservadas son breves textos de carácter funerario o religioso.

Esa permeabilidad tiene sus raíces en el comercio. La explotación de sus recursos minerales y el desarrollo de la manufactura industrial fomentaron un intenso tráfico y el consiguiente intercambio cultural, ampliado a los fenicios y pueblos del Mediterráneo occidental. La presencia de cerámica nativa prueba la extensión de sus rutas de navegación por Cerdeña, Baleares y la península Ibérica, llegando incluso hasta su litoral atlántico.

La exposición se nutre de los fondos específicos del Museo del Louvre y de préstamos de diversas instituciones italianas como el Capitolino romano o el Museo Nacional Etrusco de la misma capital. El itinerario se articula en tres espacios cronológicamente diferenciados que hacen referencia a su evolución entre los siglos X y I a. C., cuando Etruria fue definitivamente sometida al poder romano.

La primera etapa de la muestra alude a ese estadio inicial, de expansión y rápido progreso material, y se ilustra con sendas tumbas de un guerrero y una dama de alto rango. El ajuar que los acompaña manifiesta la influencia estilística orientalizante, ligada a ese flujo marítimo.

El siguiente capítulo pone de relieve la ascensión de una opulenta elite principesca, mientras que la tercera fase hace hincapié en la aparición de una civilización urbana. Durante esta etapa, adquirió protagonismo la comunidad de hombres libres establecida en torno a las lucrativas actividades agrícolas, comerciales y artesanales, con un cénit en su desarrollo en torno al siglo VI y V a. C., período en el que se llevan a cabo las grandes construcciones públicas, caso de las fortificaciones y las obras hidráulicas.

Posiblemente, su estructura política, en dicho período de excelencia, giraba en torno a doce centros urbanos autónomos y sus áreas dependientes, denominados pueblos, con un modelo organizativo cercano al griego. Además de compartir el mismo sustrato lingüístico y religioso, estas entidades se hallarían asociadas en una especie de federación, lo que se ha venido en llamar la dodecápolis etrusca. Según los expertos, el santuario de Voltumna, sede de reuniones periódicas de los delegados de cada ciudad, proporcionó una suerte de enclave para la deliberación y resolución de problemas y asuntos comunes.

Situación de favor

Tarquinia, considerada la cuna de la civilización etrusca, gozó de una situación de favor dentro del conjunto, y de gran ascendiente sobre Roma. Entre los siglos VII y VI, un clan etrusco se hizo con el poder en la futura metrópoli, pero tras su expulsión y la instauración de la república, la alianza de ciudades sufrió una decadencia por el acoso en sus fronteras y el declive económico.

El culto a los muertos también experimentó la incidencia de esta evolución, especialmente por el acceso de grandes sectores de la población a elevados niveles de consumo. La arquitectura funeraria se integrará en la retícula urbana como un elemento más. Las grandes tumbas coronadas por túmulos dieron paso al establecimiento de cámaras en las que los esposos compartirán sarcófagos, decorados según su estatus.

La expansión urbana también se reflejó en la proliferación de tumbas estandarizadas y los edificios de 'dado', construcciones cuadrangulares que acogen en su interior varios sepulcros alineados para aprovechar el espacio. La presencia de frisos, la abundancia y carácter de los objetos que acompañan los sepulcros, y los materiales empleados, permiten concluir cierta estratificación social, aunque el continuo expolio ha impedido preservar su riqueza y, a menudo, la dispersión de los bienes y exposición museística los haya descontextualizado.

El banquete aparece como un tema iconográfico habitual tanto en el ámbito funerario como en el plano decorativo y, una vez más, representa una influencia del mundo helénico. Sin embargo, existe una curiosa variante local que refleja particularidades de tipo social. Como indica el texto de Francesca Ceci inserto en el catálogo de la muestra, la aparición paritaria de hombres y mujeres, o, incluso, la presencia de mujeres libres, alude a una posición de privilegio asociada a su rol como garante de la continuidad familiar.

Peso del comercio

La cerámica también experimentó el peso del comercio y la muestra recoge piezas talladas sobre bronce o ámbar, fabricadas sobre oro o barro. La de datación más antigua es la llamada de impasto, elaborada con arcilla gruesa grabada con motivos geométricos. El prestigio de los artesanos griegos y sus obras propició la implantación del torno rápido o la pintura.

El desarrollo impulsó la especialización de los centros de producción y las variaciones en las relaciones mercantiles se plasmó en cambios en los núcleos de referencia. Los corintios sustituyeron a los eubeos en el siglo VIII y en la segunda mitad del VIII, predominó la aportación llegada de la costa fenicia, con su gusto por las figuras animales en exuberantes escenarios fitomórficos.

La creación etrusca también dio lugar a variantes originales, muy depuradas, como los vasos de búcaro de Cerveteri. Elaborados con arcilla ferruginosa, destacan por el color negro y una superficie brillante que semeja el metal, y acogen motivos de muy diverso origen. Su abundante presencia en todo el Mediterráneo Occidental se asocia con la exportación a gran escala del vino etrusco, una de sus mercancías más apreciadas. Otras factorías acogieron las técnicas de la policromía y algunas, instaladas en el interior del país, se decantaron por la producción de frisos estampados de gusto orientalizante.

Roma en el ocaso

El ocaso de esta civilización guarda íntima relación con la irrupción de Roma como nueva potencia. Así, la presión de los pueblos celtas en el norte o la derrota en la batalla naval contra Hierón, tirano de Siracusa, fueron factores que coadyuvaron en esa paulatina decadencia.

Las catástrofes bélicas y la subordinación a la república surgida junto al Tíber también contribuyeron a arruinar el antaño floreciente territorio. Los historiadores aseguran que su riqueza se vio muy mermada por la imposición tributaria romana y el oneroso desembolso al que tuvo que hacer frente a lo largo de las guerras púnicas para apoyar la lucha contra los cartagineses.

El fin de su identidad nacional se produjo a principios del siglo I a. C., cuando los etruscos obtuvieron la ciudadanía romana y su territorio se integró en el Imperio. Pero, aunque su cultura se difuminó en el seno del Imperio en ciernes, su rica expresión en el ámbito fúnebre, las 'ciudades de los muertos', permitió recuperar, muchas centurias después, lo que fueron las urbes más pujantes de la Italia prerromana, una civilización llamada Etruria.

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