El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss aseguraba que el origen de la familia estaba en el matrimonio y lo definió como un grupo formado por dos esposos y por los hijos nacidos de su unión que se mantiene unido por lazos legales, económicos y religiosos. Como es obvio, se refería a la familia en la sociedad occidental moderna. Para encontrar el origen de la estructura familiar hay que remontarse varios milenios. El hallazgo, en 2005, de varias sepulturas múltiples pertenecientes al Neolítico superior en Eulau (Alemania) puede suponer para la Antropología un gran paso adelante en la datación de la primera familia.
Una investigación, publicada en la revista estadounidense Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y desarrollada en ese yacimiento, ha demostrado, por primera vez mediante técnicas genéticas, el parentesco de un grupo de personas enterradas juntas hace 4.600 años. «Tenemos pruebas indirectas de estructuras familiares a partir del Mesolítico, hace 8.500 años, y probablemente también las hay anteriores», asegura Gonzalo Ruiz Zapatero, director del Departamento de Prehistoria de la Facultad de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, «sin embargo, esta investigación supone la prueba de genética molecular más antigua que prueba la existencia de la familia nuclear», es decir aquella formada por padres e hijos, sin incluir abuelos, tíos o primos.
Los investigadores encontraron en total 13 individuos separados en tumbas múltiples. Una de ellas, contenía los restos de un hombre adulto, de entre 40 y 60 años, una mujer, de alrededor de 40 años y dos niños de cuatro y de ocho años. Parecía lógico pensar que formaban una familia, pero el buen estado de la mayoría de los cuerpos permitió a los científicos realizar un análisis del ADN presente en sus huesos y dientes para probarlo.
«Los lazos genéticos entre los dos adultos y los dos niños enterrados juntos demuestran la presencia de la familia nuclear clásica en un contexto prehistórico en Europa central», afirma Wolfgang Haak, autor principal de la investigación y profesor de la Universidad de Adelaida (Australia). «Su unidad en la sepultura sugiere una unidad también en vida, pero no establece a la familia como un modelo universal ni como la institución más antigua de las comunidades humanas».
El yacimiento tiene un estado de conservación tan bueno, que los investigadores han podido reconstruir los acontecimientos que precedieron a la muerte de las familias allí enterradas con un enorme detalle. «Medimos los isótopos de estroncio de su dientes para tener una idea de dónde pasaron su juventud los individuos», cuenta Hylke de Jong, de la Universidad de Bristol. «Por ello sabemos que las mujeres se alimentaban en diferente lugar que los hombres y los niños». Eso facilitaba el intercambio de genes entre poblaciones distintas y favorecía la diversidad genética del grupo.
Los investigadores lograron averiguar que todos ellos murieron tras una fuerte oleada de violencia. El cuerpo de uno de los varones adultos presentaba varias fracturas en el cráneo y signos de haber sido atacado por hachas y armas de piedra en su espalda. Además, tiene varias fracturas en los antebrazos y en las manos que dan idea de que intentó defenderse. La mujer alberga un proyectil de piedra entre sus vértebras. Los niños debieron ser tarea más fácil, ya que no demuestran tanta brutalidad.
Los científicos señalan en su relato de los hechos la ausencia en todas las sepulturas de adultos jóvenes y de adolescentes. El gran cuidado que se puso en el entierro sugiere que los supervivientes debieron regresar al lugar de la matanza para enterrar a sus muertos, escriben en su trabajo.
Muchas de las sepulturas presentaban a los cadáveres enterrados cara a cara o con los brazos entrelazados, lo que también sugiere fuertes lazos familiares en vida. Es posible que en la familia occidental moderna presentada por Lévi-Strauss la religión y la institución del matrimonio se hayan erigido en figuras importantes para la estructura familiar. Pero, según demuestra esta investigación, la unión y el apego familiar no necesitan de una cosa ni de la otra. Al menos, no hace casi 5.000 años, en el Neolítico superior.
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