Nació en Gerona, murió en Francia pero dedicó buena parte de su obra a evocar las beldades de Andalucía. Isaac Albéniz (1860-1909) fue uno de los compositores y pianistas más influyentes en la historia de la música española. Se cumplen ahora 100 años de la muerte del autor de la Suite Iberia, considerado el mejor repertorio pianístico español junto a la Fantasía Bética de Falla.
La figura del músico es también un referente en la historia de la danza. No en vano es uno de los autores más coreografiados.
Albéniz introduce muchos elementos procedentes del sur de la península ibérica en sus composiciones. Transporta al piano el idioma de la guitarra y es capaz de combinar aspectos de la música europea contemporánea con el idioma musical andaluz y con la música popular catalana. Pese a ello, su música fue ampliamente aceptada.
Cuando Albéniz irrumpió en el panorama musical de la época, la actividad en España estaba marcada por tendencias italianizantes. Mientras en el resto de Europa se empezaba a escuchar a Mozart, Beethoven y Chopin, en España el hecho musical había quedado relegado a un segundo plano en pro de otras artes como la pintura o la literatura.
En 1882 el músico catalán conoció al compositor Felip Pedrell, quien dirigió su atención hacia la música popular española, inculcándole la necesidad de crear una música de inspiración nacional. Fue entonces cuando Albéniz, que hasta ese momento se había distinguido por la creación de piezas de salón sin pretensiones para piano, empezó a concentrarse en su carrera como compositor.
La preocupación del músico por las formas musicales más largas provocó un cambio en su estilo composicional, desde las piezas atractivas y ligeras hacia un lenguaje propio de la música culta europea de herencia romántica. Sus apariciones disminuyeron cuando empezó a dejarse absorber por la composición y producción de trabajos operísticos, entre ellos Merlin. La primera grabación mundial de esta ópera (con marcado lenguaje wagneriano) estuvo dirigida en 1999 por José de Eusebio e interpretada en su rol principal por el barítono malagueño Carlos Álvarez.
A pesar de su prestigio como compositor de piano, Albéniz dedicó más de una década a escribir temas para teatro, canciones, piezas orquestales y de cámara. Su obra cumbre, Iberia (1905-1909) fue compuesta durante su exilio voluntario en Europa. Se trata de una obra polifónica que comprende doce piezas para piano agrupadas en cuatro cuadernos con tres obras cada uno.
Un siglo después, el legado del maestro Albéniz continúa sonando fiel a su propia definición: "música española con acento universal".
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