domingo, 14 de septiembre de 2008

EL PROXIMO MES DE OCTUBRE SE CUMPLE TREINTA AÑOS DE LA LEGALIZACION DE LA PILDORA EN ESPAÑA



Un zulo.

El doctor José María Bedoya tenía un escondite perfecto y preparado en su consulta privada donde trabajaba en los convulsos años de la Transición.

Sólo su mujer lo supo y no lo contó a sus hijos hasta que el profesor falleció, hace ahora 11 años.

“De lo que temía tener que esconderse era de ejercer la planificación familiar, de facilitar métodos anticonceptivos a las mujeres que tenían cinco o seis hijos y no podían alimentarlos”, comenta su hijo José María, catedrático de Ginecología de la Universidad de Sevilla, la ciudad donde ejerció su padre desde mediados de los años 50. De él aprendió el oficio y el respeto por los derechos de la mujer. “

¿Que si éramos feministas? No lo sé, defendíamos la libertad de las mujeres en un país donde a éstas se les consideraba seres inferiores”, comenta el ginecólogo.

El doctor Bedoya introdujo la píldora anticonceptiva, pero no fue el único avance para la mujer: fue el impulsor del parto sin dolor, a través del sistema conocido como goteo que se mantuvo hasta la llegada de los anestesistas a los hospitales en los años 80, y también ideó, con la ayuda del fontanero del antiguo Hospital de la Macarena, entonces de las Cinco Llagas, un sistema de cunitas adosadas a las camas que permitió reducir las muertes por asfixia de los recién nacidos aplastados por el cuerpo de la madre cuando se quedaban dormidas.

En aquellos años se necesitaba valentía para introducir determinadas medidas.

A finales de los 70 el artículo 416 del Código Penal castigaba la información, divulgación, propaganda, indicación, prescripción, etcétera, de cualquier método anticonceptivo con multa de 5 a 100.000 pesetas y el arresto mayor.

También en aquellos años se construían pisos de 200 metros cuadrados y se premiaba a las familias numerosas.

El control de la natalidad, del que ya se empezó a hablar en Francia a finales del siglo XVIII, era poco más que una herejía.

De hecho, el Vaticano publicó una encíclica al respecto.

Durante los años de la dictadura franquista se orquestó desde el Gobierno, en alianza con la Iglesia, una campaña dirigida a satanizar la píldora anticonceptiva.

Así lo cree el ginecólogo Javier Martínez Salmeán, uno de los pioneros en planificación familiar en España, que junto con sus compañeros del Equipo Daphne han documentado y recogido titulares de periódicos de los años 60 y 70 donde se decía, literalmente, que mujeres inglesas habían muerto por tomar la píldora, que este fármaco provocaba cáncer, formaciones anormales de la sangre o artritis y hasta que mil mujeres se habían quedado calvas por utilizar este anticonceptivo, según un titular de 1978 recogido por la agencia Efe.

En ese año, dos reputados ginecólogos, el profesor Botella y Del Sol, aseguraron que el uso continuado podía ser mortal.

Pero ya había mujeres que la tomaban.

Algunas, como Celia Villalobos, ex alcaldesa del PP de Málaga, asegura que tenía ya más que edad para consumirla y que ella y sus amigas las compraban en el mercado clandestino.

“Nos la traían de Inglaterra y de Francia y las tomábamos a escondidas; si ocultábamos a las familias que nos habíamos puesto el primer biquini, mucho más que tomábamos la píldora”, comenta Villalobos, que, dos décadas después, fue la encargada de aprobar la píldora poscoital cuando ocupó el cargo de ministra de Sanidad en el Gobierno de Aznar en 2001.

“Si hubiera gobernado en los años 70, también hubiera aprobado la anticonceptiva, pues supuso una gran liberación para la mujer, esclava del método ogino ”, comenta.

A partir de 1978 ya era legal su utilización, pero quitando a destacados ginecólogos, como el doctor Bedoya en Andalucía y otros colegas suyos de Madrid y Barcelona, pocos especialistas se atrevían a recetarla.

“Había mucho miedo y el nivel de objetores era muy alto”, confirma José Ángel Lozoya, educador sexual y miembro del primer equipo andaluz que practicó abortos clandestinos en la clínica de planificación familiar Los Naranjos de Sevilla, por lo que fue condenado y luego indultado en 1994.

Miedo entre el colectivo médico y entre las usuarias.

Amparo Rubiales, actual consejera de Estado y ex senadora y diputada socialista, recuerda cómo las feministas de la época sabían qué médicos la recetaban y acudían a ellos.

“A algunas luego les daba corte entrar en la farmacia a pedirlas y me acuerdo de una amiga que las dejaba en la moto del novio para que en casa no se las descubrieran y se las tomaba por la noche cuando él la acompañaba a casa de recogida”, relata.

Entonces casi ninguna mujer decía que tomaba la píldora como método anticonceptivo.

“Era para regular el periodo, para los desarreglos, era la palabra”, recuerda Rubiales, que entonces militaba en el PCE.

Antes del 78, los médicos la podían recetar para los trastornos menstruales.

“Para ello había que tratar a las mujeres como enfermas, no como personas sanas que querían decidir cuándo querían ser madres y disponer libremente de su cuerpo”, apunta José Ángel Lozoya.

Para Amparo Rubiales, la píldora es una de las cosas más importantes que han ocurrido en la vida de las mujeres.

“Algunos dicen que fue la fregona, que nos puso de pie, pero yo creo que la píldora está antes”, insiste.

En unos días presentará el libro Una mujer de mujeres (Aguilar), donde reflexiona acerca de la maternidad, que considera el principal condicionante de la vida de las mujeres antes, ahora y siempre.

“Si no hemos llegado más alto antes es o bien por que somos inferiores a los hombres o bien por la maternidad; yo estoy segura de que es por lo segundo”, comenta.

El doctor José María Bedoya, que pertenece a un grupo de hombres que luchan por la igualdad de la mujer, tiene muy claro que la medicina sería muy diferente hoy si la hubieran ejercido las mujeres.

“Ante el primer problema ginecológico se extirpaban y siguen extirpando ovarios y útero, bajo el argumento de que si ya no te sirven para qué los quieres”, comenta el especialista, convencido de que estas decisiones se hacen bajo el prisma de los hombres y lamenta que todavía no haya ninguna catedrática de Ginecología en España.

Sin duda, la presencia de la mujer fue una de las claves del éxito de las primeras consultas de planificación familiar que se montaron en el país.

Una de las pioneras fue la doctora Isabel Serrano, que ha ocupado durante más de 15 años distintos puestos directivos en los centros de planificación familiar.

Ella se formó tras los estudios con los doctores Cerrolaza y Sopeña, pioneros del control de la natalidad.

Según ella, el cambio no fue de manera inmediata, los servicios sanitarios se centraban en la curación y atendían poco a la prevención, hasta que en 1983 el Gobierno promovió una red de centros por todo el territorio.

Antes, en Sevilla, el doctor Bedoya abrió una red de centros privados por los barrios.

El objetivo era facilitar el control de la natalidad a las mujeres con menos recursos.

“La atención era gratuita en muchos casos, no se cobraba nada o casi nada por la píldora o por las ligaduras de trompas”, confirma el hijo del mítico ginecólogo.

Pero en breve la red pública se amplió.

En 1978 abrió sus puertas el primer centro de planificación familiar de Andalucía.

Se llamaba Jaime Vera, estaba en Málaga y fue montado por el Partido Socialista.

Y, además, se inauguraron también los primeros centros de la mujer, en Córdoba, Granada, Málaga y Sevilla.

“María Izquierdo fue nombrada consejera sin cartera en la primer Gobierno preautonómico de Andalucía y, como no tenía función definida, ideó estos centros”, explica Chiqui Gutiérrez del Álamo, ex diputada socialista y directora del primer centro de Málaga.

En los 80, junto con Carmen Olmedo, que luego fue la primera directora del Instituto de la Mujer, recorría los pueblos para dar charlas de planificación, a veces a petición de los curas, los rojos.

“Íbamos con nuestros hijos, cinco niños”, dice.

En estos centros no sólo se hablaba de control de la natalidad, también se asesoraban a las mujeres que querían separarse, “a mujeres golpeadas, como se decía antes” o a las que querían abortar.

Ni la ley del divorcio ni la del aborto estaban aprobadas.

“Teníamos abogadas que asesoraban a estas mujeres y una lista de direcciones para abortar en el extranjero, en Londres o en la Cruz Roja de Tánger”, comenta.

“Esto hizo mucho bien, porque en aquellos años, y estamos hablando de algo muy reciente, había mujeres que abortaban introduciéndose hojas de pilistra y otras barbaridades”, asegura Amparo Rubiales.

Estos centros, algunos en pequeños pisos, fueron impulsados por el movimiento feminista y luego la red se fue ampliando al amparo de ayuntamientos y diputaciones provinciales.

Hasta la fecha, además de los lavados vaginales y los métodos naturales, pues el DIU aún no existía, el coito interrupto o marcha atrás era el método más utilizado.

Pero, sin duda, uno de los principales frenos para la generalización del uso de la píldora está, según este ginecólogo, en las campañas que durante décadas se orquestaron para destacar los perjuicios de la píldora.

“Se dijo de todo de la píldora, pero nada se ha dicho de la viagra, claro es para hombres”, apunta Amparo Rubiales.

El profesor Dueñas asegura que hay muchos mitos y cosas que no se cuentan.

“Como, por ejemplo, que actualmente está demostrado que la píldora tiene beneficios para la salud al margen de su función anticonceptiva: beneficios relacionados con la menstruación, beneficios para la fertilidad, efectos beneficiosos sobre la piel y el hueso o para reducir el riesgo de tumores genitales y mamarios”, dice el ginecólogo que, junto con el Equipo Daphne, acaba de publicar un libro sobre las bondades de la pastilla.

No todos opinan así.

La moda de la píldora duró una década.

“Fue una época muy bonita, era un instrumento en manos de la mujer, entonces los preservativos estaban mal vistos porque se relacionaban con la sífilis y con los prostíbulos”, comenta José Ángel Lozoya.

Lo que a unas les vino bien, porque su sexualidad era buena y gozaban del respeto de su pareja, a otras no, precisa el doctor Pedro Villegas, que participó en la elaboración de los primeros folletos informativos sobre planificación familiar en Andalucía.

“El hombre ya tenía libertad para eyacular cuando quisiera”, precisa el sexólogo que cree que esa posibilidad acrecentó el machismo de algunos: “Y aún hay mujeres, algunas muy jóvenes, que no conciben que puedan mantener sexo sin que el hombre eyacule dentro y sin protección alguna, creen que es un derecho adquirido y se someten a ello”.

La aparición del sida, en los años 80, obligó de nuevo a cambiar los patrones.

“La pastilla dejó de ser un remedio para todo”, explica José Ángel Lozoya.

El preservativo es la primera recomendación en planificación familiar, labor que desarrollan hoy también los médicos de familia.

No obstante, la mitad de las consultas se refieren a la píldora postcoital, según los datos del Servicio de Consejos Sanitarios de la Junta.

Los zulos se han abierto y el debate sobre la libertad de la mujer y la anticoncepción no se ha cerrado.

Hoy hay más embarazos no deseados que nunca y el Gobierno acaba de anunciar una la nueva ley del aborto.

Treinta años después, otro Bedoya, el hijo, ha cogido el testigo.

Él es uno de los asesores del Gobierno en este proceso.

Cree que su padre también lo haría.

El doctor Bedoya no está seguro de conocer todos los riesgos de estos anticonceptivos y, aunque reconoce que hoy tienen menos efectos secundarios, apuesta por otros métodos y por huir de la química.

La controversia se reproduce cada vez que sale un estudio nuevo.

“A principios de los 80, el 90% de las parejas lo usaban y ahora no llega al 5%”, explica José Luis Dueñas, ginecólogo del Equipo Daphne y profesor de la Universidad de Sevilla.

Este especialista, que trabajó en Valladolid con otro de los pioneros, el profesor Albert, apunta que los anticonceptivos se habrían extendido más entre la población si fuesen más baratos: “Muchos no están financiados y eso dificulta el acceso de bolsas de población deprimidas que no tienen ni información ni recursos”.

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