lunes, 1 de marzo de 2010

EL SOL DE LA MALAGUEÑA ZAMBRANO



La primera entrega de las obras completas de la pensadora se compone de una antología de escritos y cartas con un amigo, elegidos por el poeta José-Miguel Ullán

María Zambrano viajó tanto por el mundo, que volvió del revés los lugares a los que se arrimó. En La Habana, a La Bodeguita del Medio, nunca le dio Zambrano (1904-1991) su verdadero nombre. "Hablaba siempre de la Tabernita de Enmedio", recuerda el poeta José-Miguel Ullán (1944-2009), en el relato al que tanto tiempo le dedicó, que abre esta brillante recopilación de escritos y cartas María Zambrano. Esencia y hermosura (Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores).

Javier Ruiz, director del Instituto Cervantes en El Cairo, fue amigo íntimo tanto de Ullán como de Zambrano, conoció las entrañas de la creación de este escrito, y el dolor y las dudas que le causaron. Como aclara el poeta, este libro debería haber salido en 2004, con la celebración del aniversario de su nacimiento, pero fue incapaz.

"Este texto es la memoria de Zambrano en la vida de Ullán. Para Ullán fue su propio testamento. Se lo tomó como su legado. Era un hombre de una sentimentalidad insobornable y rindió cuentas con Zambrano. Aquí se jugó el alma. Por eso tardó tanto", por eso lo dejó sin cerrar, cuenta Ruiz, que desde la muerte de Zambrano decidió no hablar de ella.

"Es tan genuina, que parece fantasmal", dijo de ella Julio Cortázar

"Es tan genuina, que parece fantasmal", dijo Julio Cortázar sobre Zambrano, después de hablar un rato largo sobre gatos. El sol de la pensadora no sólo iluminó y calentó a todos los amigos que se pegaron a ella, tal y como se recoge de las sentidas palabras de Ullán. En su escrito más que prólogo, dulce autobiografía travestida, destaca la capacidad para conversar de la autora, para algunos "su mejor obra o, al menos, su mejor estilo". Ullán la recuerda con un lenguaje cadencioso, con el que deleitaba y reconfortaba a cuantos acudían a visitarla.

La palabra de viva voz

Zambrano le dio una gran importancia a las maneras de hablar. De Emilio Prados decía que "tenía el encanto de la palabra. La gente hacía corrillo en la calle para escuchar lo que él contaba. Eso sí lo ha dado España, ¿ves?, el encanto de la flauta mágica. Lo tenía Valle-Inclán. Y Ortega, si hubiera querido. Federico García Lorca también lo tenía". Sobre Machado, "tenía voz, pero no la usaba".

Pero no quería que se confundiera el habla con la escritura. "Escribir es defender la soledad en que se está", le dijo a Ullán. A lo que él añade un enfrentamiento de términos para aclarar lo uno de lo otro: "Soltar-retener / liberación-perdurabilidad". Y ella somete a un juicio racional: "Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente". Así que legítima será la indignación ante el supuesto elogio: "Escribe como habla". Por todo ello, "escribir viene a ser lo contrario de hablar". Este interés la apartó de lo espontáneo, de las conversaciones de urgencia, "plagadas de tributos y descuidos, que no nos representan por entero".

"Ullán rinde cuentas. Aquí se jugó el alma", cuenta Javier Ruiz

El relato de Ullán es un careo mágico entre dos mentes iluminadas, que confiaron sólo en la escritura para poder decir lo que no se puede decir, "lo que no se puede decir de otra manera". También es una experiencia punzante: "Recordar es subir una cuesta", aclara desde el arranque el poeta. El viaje, inevitablemente, pasa por la muerte de su hermana Araceli Zambrano (su "hermana única") o la vuelta del exilio de Zambrano, tras 45 años, y el enfrentamiento que surgió entre los partidarios y los contrarios. Entre los segundos, José Ángel Valente, que acabó muy decepcionado con su regreso, escribiendo libelos contra los "falsos maestros".

Entre disputas, una anécdota que ilustra el amor por lo concreto y "su mensaje de esperanza permanente", que destaca de ella Rogelio Blanco (autor de María Zambrano: la dama peregrina). En plena batalla por el regreso o el rechazo, a Javier Ruiz y Julia Castillo, Zambrano les encarga fotografiar la casa en la que vivió hasta los cuatro años, en la calle Mendrugo, de Vélez-Málaga. Al llegar, apenas quedaban muros. Se había procedido a su derrumbe. Fotografiaron un llamador de hierro y mandaron las fotos.

"Ella se conmovió. Dijo que al ver ese llamador sintió la llamada de España, que no quería morir fuera. Ullán la montó para traerla", recuerda el propio Ruiz. "Sí, fue la llamada del llamador. Para mí, éstas son las cosas reales", le dijo a Ullán Zambrano. Lo que no sabían ellos dos, pero apunta Javier Ruiz, es que del llamador originario no quedaba rastro y la flor correspondia a otro

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