El legendario Festival de Woodstock, que en tres días de 'paz, música y amor' reunió a más de medio millón de personas para escuchar a figuras como Jimi Hendrix, Joan Baez, Santana o The Who, cumple cuarenta años con el aura de irrepetible aún intacta.
Cientos de miles de personas se congregaron en la neoyorquina localidad de Bethel en una cita que, cuatro décadas después, sigue considerándose única, pese a los sucesivos e infructuosos intentos por recrearla.
Por esa razón, mientras que en 1994 y 1999, los organizadores del festival musical que moldeó el espíritu de toda una generación intentaron reproducir con grandes actuaciones el ambiente hippie que se vivió a unos 129 kilómetros de Nueva York, en esta ocasión sus cuatro décadas pasarán sin un macroconcierto en agenda. «El público consiguió que Woodstock funcionara y fuera algo irrepetible», dijo recientemente Joel Rosenman, uno de los organizadores del festival, durante la presentación en Nueva York de la edición de coleccionista del documental 'Woodstock' (1970), ocasión para la que se reunieron de nuevo algunas de las figuras que triunfaron en 1969.
Tanto él como Michael Lang y Artie Kornfeld, las otras mentes que, en palabras de Rosenman, hicieron que «una idea tonta» se convirtiera en «un acontecimiento histórico», han descartado apostar por grandes aglomeraciones en este 40 aniversario para evitar desenlaces desagradables a una celebración tan importante. Woodstock , sin embargo, no pasa desapercibido estos días, ya que es el protagonista de innumerables exposiciones, así como de programas especiales en muchos canales de televisión, y son también varios los discos que se han publicado con la música que sonó aquel verano de 1969.
Libro de Michael Lang
Además, Michael Lang ha publicado 'The Road to Woodstock', un libro en el que detalla cómo se gestó el festival y cómo se convirtió en un fiasco económico, mientras que son muchos los que esperan que a finales de mes se estrene 'Taking Woodstock', el filme en el que Ang Lee ha plasmado su visión de aquellos tres irrepetibles días.
«Se ha invertido mucho dinero para intentar repetirlo, imitar lo que allí vivimos, pero nunca ha funcionado», dijo en la misma reunión Michael Carbello, el percusionista de la primera banda de Santana, que participó en el que entonces se llamó Festival de la Música y el Arte de Woodstock.
Carbello recordaba así, además de algunos intentos fuera de Estados Unidos, las celebraciones de 1994, en la que murieron tres personas, y la de 1999, una edición que, celebrada en la localidad de Rome (Nueva York), en lugar de traer de vuelta el espíritu de paz, terminó con saqueos, incendios y varias escenas de vandalismo.
El Woodstock original, sin embargo, permanece en el imaginario colectivo como el lugar en el que el inconformismo y la rebeldía de una generación azotada por la guerra de Vietnam dieron lugar, pese a la mala organización, la lluvia y el barro que cubrieron el campo en el que se celebró, a tres días de paz, música y amor.
«La única vez en mi vida que he sentido algo parecido a lo que viví en Woodstock fue durante la toma de posesión del presidente (Barack) Obama en Washington», reconoció por su parte Lee Blumer, otra de las organizadoras del festival. Para Blumer, que Obama se haya convertido en el primer presidente negro de EE UU es una muestra del legado de Woodstock, algo en lo que coincide el cineasta Michael Wadleigh, creador del documental sobre el evento.
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