martes, 5 de mayo de 2009

CHANO LOBATO, UNO DE LOS NOMBRES PROPIOS DE LA HISTORIA DEL CANTE FLAMENCO, DIO SU ULTIMO " QUEJIO" EL PASADO 7 DE ABRIL



A Chano Lobato, en sus últimas actuaciones en Cádiz, era común recibirlo con una salva atronadora de aplausos que se prolongaban durante minutos. Eso era nada más aparecer en escena, antes de que se sentara siquiera. Luego, durante su actuación, el artista era seguido con veneración tanto en sus cantes como en las historias hiperbólicas con las que los aderezaba. Un comportamiento así, además del reconocimiento a una vida y a un magisterio, viene a mostrar la singular identificación de la ciudad con su artista.

En 2003, los periodistas Juan José Téllez y Juan Manuel Marqués escribieron las memorias de Chano Lobato, un documento que refleja no sólo su trayectoria sino su peculiar genio al contar un sinfín de historias. El primero de estos autores declaraba, tras visitar el tanatorio sevillano, que el cante de Chano "en los últimos años se había convertido en la Piedra de Rosetta de los cantes de Cádiz. Ese legado", continúa, "permanece y es una brújula que nos lleva hacia un mundo que ya no existe, el del quejío alentado por el hambre y el espíritu de la posguerra.

Porque el cantaor no es sólo hijo de Cádiz, lo es también de su tiempo". "Es curioso", concluye, "Chano nació poco antes de la crisis de 1929 y se muere con la crisis de 2009, y eso es bastante simbólico para él y para el flamenco".

Hijo Predilecto de la Provincia de Cádiz, Chano Lobato nunca perdió el contacto con su ciudad a pesar de abandonarla, por primera vez, cuando aún no había cumplido los 20 años. Ni su vida de viajes por el mundo acompañando a las principales compañías de baile -más de 20 años estuvo con Antonio Ruiz, El Bailarín- ni su residencia sevillana le hicieron perder la idiosincrasia adquirida en sus años en el barrio de Santa María, donde nació. Cádiz viajaba con él a través de sus cantes y de su palabra. En los primeros, su garganta se remontaba a Las Mirris o a La Butrón, porque él era poseedor de todo el patrimonio cantaor de la ciudad. En sus cantes, también se colaban las coplas del Carnaval y los aires americanos en forma de guajira. Y, dominador supremo del compás, capaz era de someter a su tiempo riguroso cualquier copla de su gusto, como los tangos argentinos -Volver siempre remitirá a él-. Su palabra era heredera de una filosofía de vida que entronca con el genio gaditano de los Ezpeleta, Cojo Peroche, El Beni y Pericón, a los que siempre llevó por el mundo. En el escenario, a Chano, casi tanto como cantar, le gustaba contar las historias de esos gaditanos cuyos famosos embustes él amplificaba hasta hacernos desternillar de risa.

Chano siempre volvía a Cádiz, donde era recibido como uno más, como el vecino que se crió en sus calles y tuvo que emigrar para buscar un pan que faltaba. En 2006, antes de la inauguración, por la reina Sofía, del Centro Flamenco de La Merced en su barrio de Santa María, sufrió una indisposición que le mantuvo semanas en el hospital. Pero volvió y cantó en el mismo escenario en una de sus últimas visitas a la ciudad. El calor con que le recibió en aquella jornada probablemente se repita en unos días, cuando sus paisanos le acojan por última vez para hacer realidad uno de los deseos del cantaor, que sus cenizas reposen en la tierra que lo vio nacer. Un poco más habrá que esperar para ver el busto que se erigirá en su memoria, que aún se encuentra en fundición, quizás porque nadie en Cádiz esperaba ni deseaba su muerte.

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