sábado, 14 de febrero de 2009
SE CUMPLEN 80 AÑOS DE LA MATANZA DE SAN VALENTIN
El día de San Valentín, 14 de febrero, tiene desde hace 80 años otra connotación que no se limita tan sólo a tarjetas con dulces mensajes o promesas de amor más o menos fugaces. El día de San Valentín es además el de una matanza mítica que marca el momento de mayor virulencia de la violencia mafiosa en Estados Unidos, y por lo tanto aquél que ha quedado fijado en la imaginación popular y ha sido transmitido en tantas películas. Basta con mencionar el consabido 'Chicago, años veinte' (lugar y década de lo que aquí se narrará) para que en la memoria se unan música de jazz, tableteo de ametralladoras, humo de pólvora, barriles agujereados de alcohol clandestino y un reguero de sangre que sigue manando desde esa fecha de 1929 que mañana alcanzará su octogésimo aniversario.
Italianos contra irlandeses
Se considera, más allá del intenso fresco retratado por Scorsese en 'Gangs of New York' (2002), que refleja los enfrentamientos entre bandas protestantes e irlandesas, que la mafia se instala en Estados Unidos siguiendo el modelo italiano en los años finales del siglo XIX, de manera que la primera organización mafiosa sería la denominada La Mano Negra y el primer máximo jefe mafioso el italiano Giuseppe Balsamo, llegado a Nueva York a finales de 1895.
Con la acción de La Mano Negra se llega también al hecho que desembocará en la matanza del día de San Valentín: la rivalidad, y la subsiguiente lucha a muerte, entre las mafias italianas e irlandesas. De hecho, los estibadores irlandeses del puerto neoyorquino se vieron arrinconados en sus actividades delictivas por el funcionamiento del grupo de Balsamo, con lo que pronto llegaría la guerra entre La Mano Negra y la paralela organización irlandesa, La Mano Blanca, encabezada por el veterano de la Primera Guerra Mundial Wild Bill Lovett.
La primera escaramuza de esta guerra tendrá lugar en febrero de 1920, cuando La Mano Blanca atacó una sala de baile de Coney Island usada como lugar de reunión de la banda rival: una bailarina y tres pistoleros italianos cayeron en el ataque. Una de las víctimas se llamaba Giovanni Capone, pero ningún vínculo familiar le unía con Al Capone. Balsamo y su lugarteniente, Frankie Yale, que í tenía una larga historia en común con Al Capone, juraron exterminar a sus enemigos. Entre las víctimas de esta guerra mafiosa que duró año y medio y que dejó más de 120 víctimas, fue asesinado Edward Fletcher, responsable de finanzas del grupo irlandés. Fue abatido en un teatro repleto de público. Junto a él, fueron asesinados su esposa y sus dos escoltas. Entonces fue cuando, desde Chicago, hizo su aparición Al Capone: Fletcher trabajaba también para él. Las guerras mafiosas entre italianos e irlandeses debían tener también en cuenta los intereses de Capone. Con el asesinato de Lovett en la víspera de su propia boda y el retiro de Balsamo terminaba esta primera guerra mafiosa. Pero la victoria de los italianos supuso también el ascenso brutal de Capone, que decidió el asesinato de Frankie Yale, padrino hora del clan de Nueva York, por competencia desleal con el clan de Chicago. La hora de Capone había llegado.
La forja de un gánster
Su profesión oficial, aquella en la que se escudaba para fingirse un honrado ciudadano, era la de anticuario, y su orgullo el ser americano. Más de una vez gesticuló ante la prensa aclarando que no era italiano, que había nacido en Brooklyn, como efectivamente era el caso. Los que habían venido de Italia eran sus padres, y Nápoles será el lugar que él considerará su patria sentimental.
De los nueve hermanos Capone, tres se dedicarán al delito: Frank, considerado un ejecutor implacable y mecánico pero sin astucia; Ralph, sin personalidad y siempre a la sombra de Alfonso y finalmente el citado Alfonso, Al, tan frío como decidido. La menor de los hermanos Capone viviría hasta el año 1988; el único hijo de Al, Albert Francis Capone, nacido en 1918, vivirá hasta 2004.
Los hermanos delincuentes crecerán en un ambiente turbio de pillerías y dinero rápido, ofreciendo sus servicios según una sencilla tabla de precios: puñetazo por dos dólares, ojos morados por cuatro dólares el par, diez dólares por partir la mandíbula o la nariz, quince dólares por cortar una oreja, mientras que por diecinueve se comprometían a romper un brazo o una pierna. La tarifa subía a veinticinco dólares si se trataba de disparar a las rodillas o apuñalar. Por cien dólares proporcionaban una muerte.
Bajo la tutela del gánster John Torrio, Capone se irá endureciendo en trabajos de matón juvenil, el ansia de venganza, la consabida vendetta, le llegaría a través de Frankie Yale, segundo jefe en importancia dentro de La Mano Negra, y al que serviría de guardaespaldas y de recaudador de extorsiones. Una pelea causada por el alcohol, en la que hubo afrentas a una joven y la intervención a cuchillo del hermano de la ultrajada, hizo que el joven Capone recibiera el apodo de Cara cortada merced a tres tajos que luciría desde entonces.
La obligación, formulada por Yale, de disculparse ante la muchacha y la subsiguiente expulsión como escolta de su jefe dejará un poso de resentimiento al que dará satisfacción en 1928 cuando Yale caiga acribillado por órdenes de Capone. El respeto que pese a todo se iba ganando Cara cortada quedará de manifiesto cuando Joseph Torrio le entregue un sobre con cinco mil dólares en acciones con motivo del nacimiento de su único hijo. 26 días después del alumbramiento, se casará, el 30 de diciembre de 1918, con Mae Josephine Coughlin, una muchacha irlandesa.
El traslado de Torrio a Chicago para encargarse de sus asuntos hizo que Capone le siguiera, ya en 1921, a ese nuevo y definitivo destino. Allí, Capone sucederá a su jefe tras la retirada de Torrio en 1925, y hará que la mafia italiana de Chicago se dedique, en este orden, a los negocios de la prostitución, las extorsiones y el contrabando de alcohol.
En estas actividades llegará a perder a su hermano Frank en un tiroteo con la policía al intentar coaccionar a los electores, a punta de pistola, durante unas elecciones locales. La mafia irlandesa que controlaba la zona norte de la ciudad rechazaba el negocio de la prostitución por considerarlo su jefe, Bugs Moran, poco apropiado para un católico. Pero no desdeñaba la posibilidad de arrebatarle a Capone el resto de actividades.
Tres segundos en un garaje
Las diez y veintiséis de una mañana fría de febrero. Un garaje en el 2122 de la calle North Clark del barrio de Lincoln Park, en Chicago, con el rótulo SMC Cartage, un tenue manto de nieve en las aceras mojadas. Siete hombres de la banda de Bugs Moran charlan en el interior a la espera de un cargamento de alcohol y del propio Moran, que llegará tarde, y con ello salvará la vida, por haber decidido en último momento cortarse el pelo.
Un coche de policía se detiene ante el garaje, descienden dos hombres con uniforme policial portando escopetas. Ordenan levantarse a los siete hombres y mirar hacia una pared de ladrillo. Parece ser la acostumbrada redada. Poca cosa. Mientras obedecen, los testigos contarán más tarde que otros dos hombres con ametralladoras Thompson, se introdujeron en el local por la puerta trasera. De estos dos nuevos invitados, los que aguardan ante el muro nada sabrán.
A tres metros de los que van a morir, las cuatro armas descargan su munición durante tres segundos. Caen los cuerpos y lo cuatro verdugos abandonan el lugar por la puerta principal, simulando que los uniformados llevan detenidos a los que accionaron las ametralladoras. El coche de policía, que se encontrará poco después y se comprobará falso, les aleja del lugar del crimen.
Aunque el objetivo principal de la matanza, la eliminación de Bugs Moran, falló, sus consecuencias fueron las apetecidas por Capone: la mafia irlandesa que controlaba el norte de Chicago se fue batiendo en retirada, dejando a Capone el control absoluto de la ciudad. Mora tuvo que volver, sólo año y medio después, a atracar bancos . Detenido en 1942, morirá en prisión en 1957.
Retrato en cine
La caída de Al Capone sería rápida y definitiva: fue condenado a once años de prisión en 1931 por delitos fiscales, tres años después protagonizará un motín y será enviado a la prisión de Alcatraz, de la que saldrá en 1939 con la mente destruida por la sífilis. Retirado del mundo en Palm Beach, morirá en 1947 a los 48 años de su edad. El cine, mientras estuvo vivo, no fue capaz de ofrecer un retrato veraz del personaje: en 1930, aún temible, fue ocultada su identidad tras el personaje de Rico, encarnado por Edward G. Robinson en la película 'Hampa dorada'.
Paul Muni, más apuesto y por lo tanto más distinto de Capone y de Robinson, prestó su físico para el filme, de 1932, 'Scarface', que era el apodo del gánster de Chicago y al que el guión retrataba fielmente ocultando siempre el peligroso nombre para darle el de Tony Camonte. Pero el momento de la verdad llegará en la década de los 50: es entonces cuando en una película tan sorprendente como 'Con faldas y a lo loco' (Billy Wilder, 1959) se recoge fielmente la matanza (con detalles minuciosos como la nevada, la presencia del mecánico o el hecho de que una de las víctimas, Frank Dusemberg, no murió instantáneamente), que es lo que obliga a los personajes de Tony Curtis y Jack Lemmon a huir travestidos de Chicago.
En 1967, Roger Corman dedica al hecho su película 'La matanza del día de San Valentín', en la que Jason Robards interpretaba a Capone en un producto que combinaba el rigor histórico con la ficción. El mismo director retomará el personaje en 'Capone' (1975) con un convincente Ben Gazara prestando rasgos y estatura. Pero la gran aportación será la de Brian de Palma con 'Los intocables de Eliot Ness' (1987), en la que un magistral Robert de Niro encarna al villano y que recoge los sucesos de la vida de Capone a partir de los meses siguientes a la matanza. Estos sucesos previos son los que se recogen en la película, aún sin terminar, 'Los intocables: el ascenso de Capone' que De Palma comenzó a rodar en 2007 y cuyo momento culminante será la matanza del 14 de febrero de hace ochenta años.
Víctimas y ejecutores
En esta matanza con el sello de Capone y destinada a minar el poder de la banda de Moran, los muertos fueron todos los presentes en el garaje: los hermanos Peter y Frank Gusenberg, pistoleros, James Clark, primer lugarteniente de Moran, Adam Heyer, tesorero del clan, Albert Weinshank, colaborador de Moran y que por su parecido físico pudo precipitar el crimen al confundir a los asesinos, el médico Reinhart Schwimmer, amigo de los presentes, y el mecánico John May. Sólo el perro pastor alemán del mecánico sobrevivió a la que era, y sigue siendo, la mayor matanza mafiosa de Estados Unidos.
La investigación, una de las primeras que se realizaron con modernos métodos de balística, desveló que se dispararon 70 balas del calibre 45 desde dos ametralladoras Thompson, equipada una con un cargador de 50 proyectiles y de 20 la otra, de las que 67 dieron en los cuerpos. Todas con entrada por la espalda excepto media docena de impactos frontales. Las investigaciones más recientes han demostrado que estos impactos se debieron al rebote de las balas contra el muro y a las torsiones de los cuerpos en su caída en vez de a presuntos tiros de gracia.
Nadie fue detenido por falta de pruebas y de testigos fiables. Se especuló con pistoleros del grupo de Capone traídos desde San Luis, e incluso se señaló el nombre del posible jefe del escuadrón criminal: Jack 'Metralleta' McGurn. Siciliano y con el nombre verdadero de Vincenzo Antonio Gibaldi, uno de los más eficaces soldados del clan de Capone y que un año antes había sobrevivido a un intento de asesinato a cargo de los hermanos Gusenberg.
La coartada de McGurn, debida y concienzudamente elaborada, cerró el paso a los investigadores, pero no le evitó el castigo. Siete años y un día más tarde, el 15 de febrero de 1936, fue asesinado cuando se había reconvertido en jugador de golf profesional. El arma usada fue nuevamente la ametralladora Thompson, y junto al cuerpo los dos asesinos dejaron una nota enigmática: «Has perdido tu trabajo, has perdido tu dinero, tus joyas y tus bonitas casas, pero, sabes, las cosas podrían haber sido peores: no has perdido los pantalones».
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