domingo, 25 de enero de 2009

EDITAN UNA BIOGRAFIA DE GUILLERMO DEL TORO SOBRE UNO DE LOS NOMBRES PROPIOS DE LA HISTORIA DEL CINE: ALFRED HITCHOCK

Hace 23 años el mexicano Guillermo del Toro estudiaba cine en la Universidad de Guadalajara, pesaba 50 kilos menos y había dirigido algunos cortometrajes. Veía muchas películas y tenía opiniones vehementes y radicales sobre todas ellas. En definitiva, era un sobrado. "La juventud y la inexperiencia nos hace audaces con nuestras opiniones. Pero creo que todo joven tiene el deber de ser imprudente, es un privilegio que se desvanece con el tiempo", se defiende el aludido. La universidad le encargó un libro sobre Alfred Hitchcock, una guía que introdujera la obra y cada una de las películas del maestro, un recorrido en el que Del Toro diera rienda suelta a su pasión, con "tanta certeza e impiedad" como se podía esperar de un estudiante exultante de autoconfianza.

Esta semana aparece por fin en España Hitchcock por Guillermo del Toro (Espasa), y aquel sobrado se ha convertido en uno de los cineastas más influyentes. Desde Burbank, a las afueras de Los Ángeles, donde están afincados los principales estudios de Hollywood, Del Toro (Guadalajara, 1964) responde al teléfono. En su carrera ha mezclado títulos más personales -El espinazo del diablo, El laberinto del fauno- con producciones hollywoodienses -Blade II, Hellboy o Hellboy II-. En todas ha dejado marca de su imaginario visual, a la vez que en mayor o menor medida ha sufrido los rigores de levantar la producción de una película. Y eso le ha suavizado. De Marnie, la ladrona llegó a escribir: "Hitchcock le dijo a Bogdanovich cuando aún era un proyecto: 'En términos estilísticos será como Encadenados'. Al ver uno las lucecitas de colores y el horrendo aspecto de la película, desea saber qué hizo a Hitchcock cambiar de opinión". Y al final, remata: "Apesta". Dos décadas más tarde, toca plegar velas. "Aquel estudiante hablaba desde la teoría, y ahora lo hago desde la práctica. Marnie... puede tener objeciones válidas. Pero ya no la veo como fallida. Es torcida, recargada, aunque muy interesante en todo su discurrir subterráneo". Entonces, ¿por qué no ha reescrito el libro en vez de incluir sólo un prólogo de contrición? "Porque aquel mozalbete tiene derecho a expresarse. Cuando salté a la dirección, caí en algunos de los errores que denunciaba. Quiero que quede constancia".

Del Toro anda atacado. Su vida transcurre entre Los Ángeles y Nueva Zelanda por culpa de la preproducción de las dos películas con las que adaptará El Hobbit, el seudoprólogo de El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien. No quiere -tampoco le dejan- hablar del asunto y entre carcajadas suelta "ándale, que tengo poco tiempo y voy agobiado". Vuelta a Hitch, a sus excesos. "Como director, me agrada su forma y su inteligencia, con ese uso quirúrgico que hace de la cámara. Como espectador, me atrapa su morbo, su aspecto malsano". El británico es uno de sus dos directores favoritos. Y encuentra en Alfred Hitchcock muchos puntos en común con el otro: Luis Buñuel. "Los dos vivieron a todas luces una vida apacible. Su mancillamiento del sentido del orden está en sus cabezas, donde se refugian sus tormentas. De Hitchcock admiro cómo manejó la ambigüedad. Debajo de una forma clásica subyace una gran carga emocional. Y dentro de Hollywood produjo unas obras turbadoras. Fíjate en Psicosis.

Cuando Norman hunde el coche de su víctima, el público está a favor de que desaparezca la huella del crimen".

El mexicano recuerda el primer filme que vio de Hitchcock. "I confess, ¿cómo se llama en España?". Yo confieso. "Ése. Me atrapó profundamente. Un filme de suspense católico, ¡menudo logro!". La última que ha recuperado, Con la muerte en los talones. "Hace dos semanas he acabado unos audiocomentarios para la nueva edición en DVD de Psicosis, La ventana indiscreta y Con la muerte en los talones. Siempre descubro algo nuevo. No creo que haya referencias a Hitchcock en mi obra, pero sí recurro de vez en cuando a él en mi videoteca".

En su libro, Del Toro defiende que el periodo inglés (que finaliza cuando viaja a EE UU en 1939 para rodar Rebeca) de Hitch es el más interesante, porque resume el resto de su carrera. También aclara que sus dos filmes favoritos son Encadenados y Frenesí. Y apuesta, en un exhaustivo análisis, por la importancia de sus trabajos televisivos. De los 350 episodios de Alfred Hitchcock presenta y La hora de Alfred Hitchcock, el londinense sólo dirigió 20, aunque sacó un gran partido crematístico a su imagen. "Fue una de las primeras estrellas mediáticas, como Warhol o Dalí. Y los episodios que dirige son estupendos. Los vi de crío. Con la televisión se convierte en un personaje familiar, accesible desde el comedor de tu casa, mientras inicia el lento envenenamiento de tu conciencia".

Una última reflexión sobre una de las más publicitadas marcas de Hitch, las rubias virginales, un género alejado de los intereses de Del Toro. "Son una extraña combinación de santidad y frialdad, de brío sensual e inaccesible perfección. A veces la santidad y lo carnal se combinan -Ingrid Bergman en Encadenados- o permanecen en estado puro. Perfecciona su rubia hasta volverla, de la mano de Edith Head, su diseñadora de vestuario, un cuasi arquetipo de la mujer moderna.

Curiosamente se regodea entonces en machacarlas o hacerlas atravesar un via crucis que las despoja de la perfección a través del dolor. Es un fenómeno... plástico". Por cierto, ¿en qué se parecen Hitchcock y Del Toro? "Ambos disfrutamos de la pre y la posproducción de un filme. Él se aburría en los rodajes. Yo los sufro como un cerdo".

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