«Tanta gente exterminada? Ahora, 63 años después de su desaparición, por fin sostengo el carné de identidad de mi padre con mis propias manos».
El holandés Gerrit Jan Evers desconocía hasta hace unas semanas que aún quedasen efectos personales de su progenitor en suelo alemán.
Para él, se ha cerrado de manera simbólica un círculo abierto la noche del uno al dos de octubre de 1944, cuando una redada de las tropas nazis en los Países Bajos culminó con el envío a los campos de concentración de unas 600 personas.
Evers se encontraba entre los familiares de ocho prisioneros en recibir, de manos de representantes de la Cruz Roja, las pertenencias incautadas por el III Reich a sus allegados: fotos, relojes, joyas o cartas.
Por primera vez desde el final de la II Guerra Mundial, el archivo sobre víctimas del nazismo de Bad Arolsen -el más importante del mundo- devolvió un puñado de bienes a los herederos de sus legítimos propietarios.
En Bad Arolsen, en el centro de Alemania, se conservan más de 50 millones de documentos correspondientes a casi 18 millones de presos de Hitler y su Partido Nazi.
«Trabajábamos sobre 80 actas, de las cuales ocho disponían de objetos anexos, que son los que se han entregado», explicaba al «Frankfurter Rundschau» el historiador Evert de Graaf.
Tras la guerra, los fondos que empezó acumulando la Cruz Roja Británica en 1943 se convirtieron en la base del Servicio de Búsqueda Internacional (ITS) creado para conocer el paradero de los recluidos o, al menos, informar a sus familias de su destino.
El padre de Gerrit Evers falleció el 14 de diciembre de 1944, tres semanas antes del nacimiento de su hijo.
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