sábado, 10 de abril de 2010

UNA EXPOSICION RESCATA EL RETRATO QUE PLA ESCRIBIO SOBRE EL MADRID REPUBLICANO

No se puede decir que a Josep Pla le gustara mucho Madrid. Y así lo dejó escrito.

Quien es probablemente el mayor escritor catalán del siglo XX, hoy quizá sería candidato al premio a la incorrección política. Llegado como corresponsal parlamentario el 14 de abril de 1931, el día de la proclamación de la Segunda República, la capital le parecía un cúmulo de incomodidades sin ningún interés. Ahí va: la comida, "pésima"; los vinos, de "una pretensión grotesca"; ¿el cochinillo?, carne para "personas refinadas, decadentes y tristes"; ¿el teatro? "tan malo como la literatura que hacen los jóvenes"; la vida intelectual, "vacua e hiper-bólica, pasada de moda". Casi nada.

Denostó la comida y el vino local, pero admiró y elogió su vida social

Semejante retrato, implacable pero sin acritud, revive ahora en la muestra El Madrid de Josep Pla, en el Centro Cultural Blanquerna (Alcalá, 44) hasta el 24 de este mes.

En la villa y corte de Pla (1897-1981), sin embargo, no todo eran pullas. El "payés universal" -según Francisco Umbral- elogió el clima y el Prado ("Greco, Velázquez, Goya justifican no uno, sino muchos viajes a Madrid"). Y admiró, claro, los cafés y las tertulias. Captó el ADN local: "Si uno dispone de cierta simpatía, de una pizca de picante candor, no es tan cerrada [Madrid] como parece. En cambio, Barcelona, que de entrada parece tan abierta, es mucho más difícil de penetrar", comparaba Pla. "En Madrid, si uno dispone de suficiente simpatía, puede entrar en una u otra sociedad, aunque no tenga dinero. En Barcelona, al que no tenga dinero, por muy atractivo que sea, le va a resultar mucho más difícil".

Sobre un plano de la ciudad de los años treinta, la exposición recorre con fotografías y textos el paso del autor por la capital. Sobre todo en los años que van desde 1931 a 1936, la etapa republicana hasta la Guerra Civil. Fruto de aquella estancia es Madrid. El advenimiento de la república (1933), su gran fresco de la urbe, de un gran valor histórico, que describe unas calles dominadas por el entusiasmo ante el nuevo régimen. La bandera tricolor que se iza en el Palacio de Comunicaciones, en Cibeles, los tenderos (¡tan "vivarachos!") que inmediatamente retiran toda referencia monárquica de sus carteles. Qué impresión, de madrugada, ante el palacio Real cerrado, "tétrico, fantasmal, dramático".

Conservador y alérgico a toda agitación social ("la revolución no es más que un cambio brusco del personal dirigente"), el autor de El cuaderno gris pronto se distanció del nuevo orden. No podía tolerar el violento alboroto popular. Su perplejidad es absoluta ante la quema de la iglesia del convento de la calle de la Flor, cerca de la Gran Vía. "Es francamente curioso ver al pueblo de Madrid con un churro en la boca, el ojo lleno de curiosidad, una sonrisa festiva en la cara, mirando cómo sale el humo del convento". Muchas caras largas y tristes. "Casi me atrevería a decir que esta terrible insensatez ha gustado poquísimo en Madrid, por no decir que no ha gustado nada entre las personas conscientes, claro está".

Observador omnívoro y digresivo vocacional, Pla teje su dietario con fragmentos en los que habla de todo. Arquitectura, política, historia, arte y costumbres. Lejos de la literatura de imaginación y apegado a los hechos es claro y antirretórico. Su arma, la ironía; una aguja, decía, para reventar el globo de la vanidad. Así disecciona a los políticos: Manuel Azaña, "estadista, afrancesado y maquiavélico" (todo un elogio, viniendo de Pla); el populista Alejandro Lerroux, "de distinguida arrogancia". Y el comandante Franco, "tímido e intrigante, el típico personaje que se pasa la vida sentado en los cafés".

Admirador del Ateneo como foco irradiador de cultura, Pla radiografía a los literatos de la capital, como el intelectual Eugenio d'Ors ("gordo, ventripotente, considerable", envidioso de Ortega, que era un "gran orador"), el articulista Julio Camba ("Que sería un buen embajador, está fuera de toda duda. Juega al póquer como los ángeles") y a grandes potentados como el banquero Juan March, cuyo poder multimillonario deslumbra en las Cortes.

Su Madrid -"una ciudad de aristócratas, de funcionarios y de tenderos"- es una ciudad moderna y en ebullición. Rival de la capital catalana (que tampoco agradaba mucho a Pla): "Hacer más que Barcelona, ser más que Barcelona -esta ha sido una de las pasiones de Madrid-. Es una pasión pueril". A ella sólo se acude, decía, por negocios o por ambición política. Como ni lo uno ni lo otro le interesaba, se aburría. Por eso se puso a escribir su dietario: "Mi ambición es nula, tanto la política como la literaria. Por lo tanto, ¿qué voy a hacer, yo, en Madrid? Nada. Respirar, vivir. ¿Observar? Mi capacidad de observación es insignificante". Menudo socarrón.

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